domingo, 8 de febrero de 2009

Los hechos desacreditan el alarmismo del calentamiento global

Últimos días de Octubre de 2008. Un meteorólogo del Instituto Nacional de Meteorología comenta en un programa de radio sus temores de que el invierno que está por llegar será el más seco en muchos años.


No puedo decir en cuantos canales de radio y televisión apareció este pronóstico, pero lo que puedo asegurarles es que el comentario general, tres meses después, es que más le hubiera valido a este meteorólogo ser un poco más prudente y recordar cuántos años llevamos oyendo que el próximo verano será el más caluroso de la década y que acabaron los inviernos nublados y lluviosos.


Soy de los que cree que el clima está cambiando. De hecho, hay evidencias que apuntan a que el clima sufre un cambio continuo, aunque a veces casi imperceptible, desde hace muchos siglos. La historia lo demuestra. Como simple ejemplo, podemos tomar el capítulo en el que Aníbal cruzó los Alpes con su ejército y sus elefantes. Sí. Sus elefantes; que soportaron el viaje por los pasos montañosos en altura, porque hacía varios años que solo nevaba en las cumbres más altas.


Recuerdo perfectamente los inviernos que viví, cuando niño, en Zaragoza, allá por los setenta. Eran demoledoramente fríos. Rara vez nevaba, pero la temperatura en el mediodía rara vez superaba los dos o tres grados. Añádanle a eso el fuerte y helado viento del noroeste, que sopla 9 de cada diez días sobre el valle del Ebro, y comprenderán que la sensación térmica de 8 o 10 grados bajo cero era de lo más habitual.


Durante los 80, los inviernos parecieron ser más suaves. Hubo sequía durante años y la lluvia era más bien escasa en toda España.. Los agoreros catastrofistas aseguraban que aquello era una situación irreversible, y tachaban a quienes no quisieran creerlos como vendidos a las multinacionales y al capital. 


Estoy viviendo otra vez en Zaragoza desde 1997. Recuerdo solamente dos inviernos menos fríos de lo normal, además de aquel terrible verano de 2003, que comenzó con altísimas temperaturas a mitad de mayo, y los últimos días de Octubre aún pasábamos por 30 o 32 grados al mediodía. 


Desde aquél tórrido verano, a partir del cual también aseguraron que, en los años sucesivos, el calor excesivo sería la pauta habitual, cada temporada veraniega en la mitad norte de España ha sido absolutamente normal. Los datos demuestran (los datos, insisto. No las ideologías ni las estrategias de marketing) que las temperaturas medias en España, excepto durante aquella ola de calor de 2003 que iba a suponer el principio del fin, se mantienen en la media habitual. Los catastrofistas – unos cuantos de ellos a sueldo de ciertas causas – hablan hasta la extenuación del deshielo de la Antárdida, pero omiten intencionadamente que se ha incrementado la superficie helada del círculo polar ártico.


Concretamente, este invierno, en el área donde vivo, ha tenido escasos días de sol, muchas nevadas, temperaturas muy bajas y abundante lluvia. Como el otoño anterior.


Me considero un firme defensor del ecologismo racional, del reciclaje y de la necesidad de que la educación de nuestros hijos pase por algo más que el auto bombo de ciertos ayuntamientos por instalar contenedores específicos que, como es el caso del municipio donde vivo, se vacían cada varios meses, cuando están rodeados de mas basura de la que contienen en su interior. Lo que me carga bastante es el otro ecologismo. Y sé bien de lo que hablo. Otro ejemplo:


En una conversación con un militante de un partido que lleva por bandera el ecologismo radical rancio y desfasado, ese que subsistió cómodamente en occidente hasta hace veinte años y que desapareció al poco tiempo que la Unión Soviéticame confesó que la oposición que estaba haciendo contra un proyecto de instalación de aerogeneradores en un terreno elevado y absolutamente yermo, que aseguraría suministro eléctrico a una serie de pequeños pueblos, era meramente política. Que el argumento de que las aspas de los molinos entorpecerían el paso de ciertas aves era absurdo y que el informe presentado por Medio Ambiente, que aseguraba que dichas aves nunca habían pasado por aquella meseta en sus viajes migratorios era cierto, pero que la estrategia de partido recomendaba oponerse a toda costa, porque el argumento de la defensa de los animales era popular y atraía votos descontentos de la misma tendencia ideológica.


Yo no soy un experto en medio ambiente. Cualquier iniciativa sincera y leal para proteger a la naturaleza tendrá siempre mi modesto apoyo. Pero este cuento del cambio climático no me parece que sea como unos cuantos me lo están contando. De hecho, que el principal defensor de todo este montaje sea el propietario de unas cuantas empresas contaminantes, Al Gore, ya me rechina bastante. Y el precio desorbitado que cobra por sus conferencias, también.


Les dejo un enlace a un elaborado informe, con datos, que pone en duda el catastrofismo interesado que muchos sectores industriales y políticos dirigen a las masas para vender sus nuevos productos ecológicos y sus nuevos planteamientos ideológicos. Está en inglés, pero los datos y estadísticas se comprenden muy bien, sin necesidad de dominar el idioma.

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