Por desgracia, quedan pocos periodistas verdaderos en este país, donde la mayoría ha desertado de la verdad y de la independencia y ha tomado partido por el poder dominante. Conscientes de lo bajo que han caído, deberían irse voluntariamente de las asociaciones de la prensa y crear nuevas asociaciones gremiales de "propagandistas", "publicistas" o "agitadores", porque en el periodismo democrático ya no tienen sitio.
El periodismo atraviesa momentos muy difíciles en España y reclama una revolución que le devuelva la dignidad. Los profesionales debemos asumir que, cuando alguien abandona la independencia y se alinea con alguno de los poderes dominantes, también abandona voluntariamente una profesión que nació vinculada a la verdad.
Desgraciadamente, el grueso del periodismo español, consciente o inconscientemente, ya ha tomado partido y sirve hoy a alguno de esos partidos políticos que pugnan más por la conquista del poder que por servir a la ciudadanía. A cambio de su sumisión al poder, reciben dinero, protección y privilegios, o al menos esperan recibirlo.
El análisis es duro pero impecable: aquellos periodistas "sobre-cogedores" que recibían dinero de sus fuentes, erradicados en los primeros años de la democracia, vuelven ahora a nutrir las asociaciones de la prensa españolas y crecen cada día en las redacciones. El "sobre" no suele ser ahora un vulgar fajo de billetes, sino que adquiere la forma de cargos destacados, puestos en tertulias de radio o televisión, asesorías bien pagadas, presencia en consejos de administración, encargos bien remunerados por el partido o el gobierno, etc. Pero el resultado es el mismo que cuando recibían el antiguo sobre corrupto: traición a la independencia y a la verdad, corrupción en definitiva.
La independencia y la verdad son irrenunciables para un periodista y aquel que haya tomado partido y trabaje para el gobierno o para un partido político, entregando a cambio su independencia y libre pensamiento, debería ser expulsado de las asociaciones de la prensa. Cuando un periodista abandona el servicio a la verdad y se entrega al poder dominante, a cambio de privilegios y de recompensas, además de convertirse en basura, traiciona la democracia.
Edmund Burke definió el periodismo como el cuarto poder, "opuesto al Estado y a sus grupos de interés"; la escritora india Vandana Shiva celebra "la insurrección del saber subyugado" contra "el saber dominante" del poder; Bertrand Russel decía que un hombre honrado "debe estar siempre contra el gobierno"; Vargas Llosa afirma que el periodismo es el mayor garante de la libertad; Nosotros agregamos que el auténtico periodista es siempre un opositor inveterado del poder dominante y no su parásito servil. que los medios de comunicación deben ser "la voz del pueblo", no "el comercio de la autoridad".
El periodismo democrático se forja en el siglo XVIII en la lucha contra el absolutismo y el "Antiguo Régimen", al que ayuda a derrotar, y nace orgulloso, independiente, libre y unido a la verdad, alumbrando una nueva era, con la triple misión de informar, formar y fiscalizar y controlar a los grandes poderes con la información veraz y la denuncia. Cuando los periodistas no cumplen esas misiones, intrínsecamente unidas a la profesión y vitales para la democracia, deja de existir la democracia y ellos pierden el derecho a llamarse periodistas y a caminar con la frente alta.
Hay tres niveles de traición mentirosa a la verdad, al periodismo y a la democracia: la peor es la de los que mienten porque ya han tomado partido y aceptado libremente poner su pluma y su inteligencia al servicio de uno de los bandos que compiten por el poder; el segundo nivel es el de los que mienten porque reciben o esperan recibir privilegios y premios de los poderes a los que sirven; el tercero, el único que tiene perdón, aunque no justificación, es el de los pendejos que mienten porque son engañados, porque ni siquiera perciben que lo que difunden son mentiras y engaños elaborados en los laboratorios del poder.
El mundo está plagado de periodistas servidores de la mentira, como aquellos que justificaron la agresión al pueblo de Irak afirmando que poseian armas de exterminio masivo que amenazaban a Occidente, o aquellos que silencian en España que el Estatuto de Cataluña es un atentado contra la Constitución, la igualdad, la solidaridad y la decencia de nuestra democracia, o los que silencian las indecencias que el poder dominante llegó a fraguar para arruinar a ENDESA y entregarla al capital extranjero, o los periodistas norteamericanos que siguen defendiendo todavía la invasión de Irak o Vietnam, o los que se mantuvieron callados en la posguerra, mientras el senador MaCarty violaba la Constitución de Estados Unidos en busca de comunistas, o los muchos miles de periodistas comunistas que no sólo silenciaron los crímenes del fascismo rojo estalinista, sino que babeaban en torno al poder para recibir ciertos privilegios de la "nomenklatura". También sirven a la mentira los muchos periodistas dedicados a fabricar argumentos para el poder en los muchos think tanks subvencionados o los que tergiversan la verdad cada día en los medios controlados por el poder dominante o los que inventaron terroristas suicidas en los atentados del 11M, o los que diariamente, frente a sus cámaras, micrófonos, periódicos, revistas y blogs, son incapaces de criticar a ambos bandos, tomando ciegamente partido por uno de ellos, alimentando así la hoguera del odio que enfrenta a la derecha con la izquierda y a unos españoles con otros.
Muchos periodistas, para justificar su traición a la verdad y a la profesión, alegan que la vida es difícil, que tienen hijos y esposa que mantener o que lejos del poder el frío es insoportable. Otros alegan que el poder acosa y castiga a los que se niegan a servirle. Pero todos deberíamos ejercer el derecho a ser rebeldes, recobrar la valentía, a recuperar con urgencia el control de la información y a retornar al irrenunciable servicio a la verdad, sin el cual la democracia es imposible.
Mientras nos decidimos a ser dignos y rebeldes, aunque sea desde la pocilga, quizás nos convenga pensar en aquella frase que repetía Martín Luther King: “b[Nadie se nos montará encima si antes no doblamos la espalda]b”.
Miércoles 03 Diciembre 2008