España: políticos descarados e ineptos frente al nacionalismo
Si se analiza el respeto del poder político a la opinión pública, el grado de deterioro de la democracia española es supino y supera con creces al de la mayoría de las democracias del planeta, incluyendo las menos avanzadas. En cualquier país democrático del mundo, cuando el gobierno conoce la opinión mayoritaria de la nación, siempre se pliega a ella y si no lo hace, suele convocar elecciones o un referendum, pero los políticos españoles, descarados, arrogantes e ineptos, se empeñan en imponer su voluntad al pueblo.
Numerosas encuestas revelan que los españoles están cansados del nacionalismo radical y que quieren ponerle freno al abuso. Entre esas encuestas, hay una muy fiable, publicada por el diario "El Mundo", según la cual el 77.3 por ciento de los españoles quiere poner límites al nacionalismo, cuyo poder político es desproporcionado en relación con los escasos votos que obtiene, consecuencia de una ley electoral plagada de errores y desajustes antidemocráticos, que violan los principios de igualdad y justicia. Pero Zapatero, sin otro argumento que conservar a toda costa el ansiado poder y sus privilegios con el apoyo del nacionalismo, mima y cultiva el cáncer nacionalista de España, despreciando la opinión mayoritaria de los españoles, toda una atrocidad incompatible con la verdadera democracia.
La alianza de los socialistas con el nacionalismo radical del BNG acaba de ser descabalgada en Galicia por los votantes, mientras que en el País Vasco el nacionalismo, por primera vez en décadas, ha quedado en minoría. Se trata de reacciones electorales que confirman el hartazgo de nacionalismo que experimenta la sociedad española.
La experiencia ha demostrado hasta la saciedad que los nacionalismos extremos son el mayor cáncer de España. El otro gran cáncer es una clase política divorciada del pueblo y tan ansiosa de poder y de privilegios que no tiembla a la hora de enfrentarse a la valuntad mayoritaria de la nación, haciendo gala de un espíritu totalitario y opresor que es intolerable en democracia.
Los tres nacionalismos excluyentes y radicales de España, el catalán, el vasco y el gallego, han gozado hasta hoy del apoyo del PSOE, que gobernaba hasta hace días con dos de ellos y continúan gobernando en Cataluña. Esos nacionalistas extremos, apoyados por el PSOE, están imponiendo en sus territorios políticas opresoras e incompatibles con la Constitución española y la democracia.
Ese apoyo al nacionalismo, contrario a la voluntad mayoritaria de los ciudadanos, constituye un error aberrante que la sociedad ya está condenando y condenará en el futuro con la misma intensidad que hoy condena la esclavitud o el sometimiento de la mujer. Entonces, cuando la cultura asuma ese grado de conciencia democrática, el socialismo español pagará una durísima factura por su apoyo actual a los peores enemigos de la convivencia, la paz, la armonía y la igualdad.
Numerosas encuestas revelan que los españoles están cansados del nacionalismo radical y que quieren ponerle freno al abuso. Entre esas encuestas, hay una muy fiable, publicada por el diario "El Mundo", según la cual el 77.3 por ciento de los españoles quiere poner límites al nacionalismo, cuyo poder político es desproporcionado en relación con los escasos votos que obtiene, consecuencia de una ley electoral plagada de errores y desajustes antidemocráticos, que violan los principios de igualdad y justicia. Pero Zapatero, sin otro argumento que conservar a toda costa el ansiado poder y sus privilegios con el apoyo del nacionalismo, mima y cultiva el cáncer nacionalista de España, despreciando la opinión mayoritaria de los españoles, toda una atrocidad incompatible con la verdadera democracia.
La alianza de los socialistas con el nacionalismo radical del BNG acaba de ser descabalgada en Galicia por los votantes, mientras que en el País Vasco el nacionalismo, por primera vez en décadas, ha quedado en minoría. Se trata de reacciones electorales que confirman el hartazgo de nacionalismo que experimenta la sociedad española.
La experiencia ha demostrado hasta la saciedad que los nacionalismos extremos son el mayor cáncer de España. El otro gran cáncer es una clase política divorciada del pueblo y tan ansiosa de poder y de privilegios que no tiembla a la hora de enfrentarse a la valuntad mayoritaria de la nación, haciendo gala de un espíritu totalitario y opresor que es intolerable en democracia.
Los tres nacionalismos excluyentes y radicales de España, el catalán, el vasco y el gallego, han gozado hasta hoy del apoyo del PSOE, que gobernaba hasta hace días con dos de ellos y continúan gobernando en Cataluña. Esos nacionalistas extremos, apoyados por el PSOE, están imponiendo en sus territorios políticas opresoras e incompatibles con la Constitución española y la democracia.
Ese apoyo al nacionalismo, contrario a la voluntad mayoritaria de los ciudadanos, constituye un error aberrante que la sociedad ya está condenando y condenará en el futuro con la misma intensidad que hoy condena la esclavitud o el sometimiento de la mujer. Entonces, cuando la cultura asuma ese grado de conciencia democrática, el socialismo español pagará una durísima factura por su apoyo actual a los peores enemigos de la convivencia, la paz, la armonía y la igualdad.