Durante treinta años hemos trabajado con denuedo para construir un país mediocre. Hoy no deberíamos quejarnos de una clase política y dirigente sin talento, sin imaginación, sin voluntad. No son más que el resultado de una sociedad que arrancó de cuajo el mérito desde casi su origen mismo. Soñábamos que al desaparecer el franquismo caería con él aquello que entonces llamábamos el enchufe, el nepotismo institucionalizado de un régimen de buenos y malos. ¡Qué fácil era residenciar en Franco todas nuestras miserias! No fue sino morirse y comenzamos una frenética carrera para legalizar y multiplicar exponencialmente ese mismo nepotismo, una generalizada corrupción en la promoción social que hoy ha estallado dejándonos inermes, incapaces de reaccionar ante una crisis que creemos ajena cuando no es sino nuestra propia crisis como nación.
Partidos, sindicatos y todo tipo de corporaciones se lanzaron a saco sobre el Estado, la universidad, la enseñanza media, la escuela primaria, la judicatura, la polícía, la medicina… todo fue penetrado, prostituido, pervertido por una mezcla de igualitarismo y revancha que confundió, interesadamente, la democracia con una tiranía de los peores. Esa es la sustancia misma de la izquierda, la ocupación del Estado y la sociedad como feudos debidos, la eliminación de toda aristocracia de la inteligencia que pueda poner en peligro su predominio o no sirva a su pesebre. Acompañada gentilmente por una derecha que, para purgarse, aprendió a ceder desde el principio, a vivir acomplejada a la sombra de un PSOE y unos sindicatos que la toleraron como ayuda de cámara, como fámula ilegítima.
Ese nepotismo larvado, el sectarismo como método de acceso a los puestos públicos, lo dirigió todo. Fue un veneno, una forma de corrosión del nervio democrático de una nación de caudillos que no había aprendido que la democracia es justamente lo contrario, no lo que hacen de nosotros, sino lo que cada uno hacemos, lo que construimos cada día, y que cada cesión, cada vileza soterrada, cada pequeño delito invisible, sumado a otros millones, van edificando monumentos de ceniza a los que basta con soplar para que caigan.
Hoy asistimos a nuestro desmoronamiento, al agotamiento de los años felices en los que todo el mundo se arrojó sobre el botín, y nos preguntamos qué ha pasado, en lugar de preguntarnos qué hemos hecho.Por eso tenemos al frente a un gobierno de tontascos (y tontascas), de escapistas, de selectas de cuota, con el mayor de todos presidiendo, para que no nos digan la verdad, para que nos consuelen con milongas y tangos mientras llega el ‘corralito’.
Hace unos días se supo que el Ayuntamiento de Los Alcázares, faro y emblema del social-golfismo, ha convocado una plaza de jefe de policía en cuyo baremo de méritos –qué sarcasmo- un cursillo de informática vale cinco puntos y un doctorado 0’10. En un país decente sería un delito, un escándalo que llevaría a la alcaldesa-títere a su casa. Pero en España es lógico que un ‘cursillillo’ valga ¡cincuenta veces más! que siete años de estudios y la redacción de una tesis doctoral. ¿Por qué pasan estas cosas? Pues por una razón muy comprensible y humana: porque la plaza ya está dada, y el que va a pillar no tiene el doctorado pero sí el cursillo.
En las diecisiete naciones los militantes del PSOE o de los partidos nacionalistas se hicieron así funcionarios en masa. Convocaban sus plazas, previamente ocupadas por ellos mismos, en procesos selectivos en los que los requisitos coincidían, curiosamente, con quienes ya las desempeñaban. En la enseñanza de todos los niveles, la funcionarización de los llamados ‘penenes’ se constituyó en norma. Fue entonces cuando la universidad española inició el camino hacia su desaparición como élite del saber que Bolonia culmina: la LRU y la LAU la convirtieron en un coto de endogamia y cooptación, un predio familiar y partidista donde el enchufismo no es que funcione, es que es la ley. Se hacen titulares y catedráticos a sí mismos con una desvergüenza que convierte en relato casi infantil la “Escuela de Mandarines” de Miguel Espinosa en su lectura literal, aunque como metáfora del poder y la indecencia haya de ser una obra eterna. Trabajan dos meses al año disfrazados de cuatrimestre, mientras las clases las dan profesores asociados y contratados con sueldos de miseria. En fin, es la única institución del Estado, pagada con dinero público, que carece de cualquier control externo. El único poder que habita el aire. Ni una sola de las universidades españolas está entre las cien primeras del mundo.
Por su parte, las enseñanzas media y básica, unificadas por el arribismo y la dictadura sindical que también ahora culmina Bolonia, han sido laminadas por oposiciones que, recurrentemente, no eran más que regularizaciones masivas de profesores interinos ajenas a cualquier principio de mérito hasta rozar la obscenidad. ¿O no era obsceno que opositores con un diez quedaran sin un trabajo que se concedía a quien ni siquiera era capaz de aprobar un examen de su materia?
Hoy la desfachatez alcanza cotas inimaginables, y ahí la izquierda de la tabla rasa ha encontrado a una derecha siempre dispuesta a hacer lo que le marcan los sindicatos, principales protagonistas de tanta desfachatez. La misma Comunidad Autónoma de la Región de Murcia que ha denunciado, con toda justicia, la sórdida convocatoria del Ayuntamiento socialista de Los Alcázares, es la que en las últimas convocatorias de oposiciones de enseñanza media (y este año ya lo han anunciado así para los maestros de primaria), ha implantado, siguiendo las directrices social-sindicalistas, un sistema por el que los interinos ya ni siquiera tienen que presentarse ante el tribunal: ¡les mandan un informe firmado por el jefe de departamento con el que han trabajado! Los desvergonzados métodos de ‘selección’ universitaria –donde ya no hay exámenes ni oposiciones, pues en la mayor parte de los casos sólo se presenta el candidato oficial a un indecoroso paripé- se han extendido para generalizar la muerte definitiva de cualquier atisbo de mérito.
Apliquen esto -aunque seguramente todos lo conocen, todos han mirado para otro lado en alguna ocasión, casi todo el mundo tiene ya vergüenzas en armarios que prefieren no abrir- a la sanidad, con las también masivas regularizaciones de médicos; o a los procesos digitales con que se hizo jueces a ‘prefesionales de reconocido prestigio’ y estupendas relaciones políticas; los ascensos y descensos en la policía, en las Fuerzas Armadas socialistas, las concesiones televisivas, las subvenciones para artistas y cineastas para pagar acciones de propaganda, y así está el cine… hasta el agua se distribuye por adhesión partidaria. Vivimos, en fin, en una inmensa Logse de torpes promocionados, un principio de Peternacional y, especialmente, autonómico, donde los nacionalistas en su predios están alcanzando auténticas cotas de gloria en cuanto a nepotismo, indigencia intelectual y derroche sectario.
Y, ante la crisis, todavía nos preguntamos por qué estamos en manos de una panda de capullos exclusivamente preocupada de perpetuarse en el poder y salvar su culo, y que no tiene ni zorra idea de cómo salir de esto. ¡Ah!, queridos conciudadanos: esa panda de capullos la hemos criado nosotros. Son nuestros capullos.
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