Es probable que Pasqual Maragall pase a la historia de España como uno de los personajes más pérfidos y nocivos de nuestro tiempo. No sólo formó parte del cenáculo de cerebros que, en los albores de la democracia, concibió e implantó el frente unificado de Cataluña con el fin de que, desde el primer momento, aquí la política la hicieran los separatistas para los separatistas, sino que además ideó el plan para beneficiar el tirón popular de Felipe González y Alfonso Guerra, hacerse con los votos de la charnegada seudocatalana y, tras cortar el cordón umbilical con la formación madre, quedarse con ellos y además endosárselos a los mencionados líderes socialistas, a la sazón al frente del Gobierno de España, de acuerdo con la fórmula: votos a cambio de competencias para la Generalidad.
La treta no sólo conoció un éxito rotundo sino que, al cabo de los años, tuvo descendencia. Hijos naturales suyos son los Montilla, las Chacones y una caterva innúmera de nuevos charnegos.
No tiene nada de sorprendente, pues, que ahora el tal Patxi López, dirigente del PSOE vasco, quiera aplicar por su cuenta esa fórmula con ribetes de franquicia política. Tú tienes la protección y difusión de una marca de ámbito nacional, pero mandas en tu casa y te quedas con lo que pesques, caces, robes o «insurpes» en su nombre.
Pájaro bobo se malicia que algo así era y es lo que el Partido de los Ciudadanos quería y quiere hacer con UPyD en Cataluña.
Por lo visto, lo da la tierra.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿es posible que cunda el sistema de franquicias políticas de acuerdo con el modelo Maragall basado, a un mismo tiempo, en la bilateralidad y la deslealtad?
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