miércoles, 24 de diciembre de 2008

Resistentes


Se van apagando los ecos de nuestro aniversario en el Price, donde entre todos nos dimos un baño recíproco de multitudes. Los que estuvieron y los que no; los que subieron a la tribuna y los que batieron palmas desde las gradas. Se mitigan también las crónicas de nuestros jóvenes sobre su encuentro en Madrid, que desata en los más viejos una nostalgia por esa edad en que las ganas, y quizá la inocencia, aún alcanzaban para impregnarnos de ilusión hasta los huesos. Así, a la vuelta de estos fastos modestos, pero intensos, que ya va permitiéndose de tarde en tarde nuestro partido, va regresando cada mochuelo a su olivo, y a una soledad que no lo es pero lo parece. Y aunque en las rutinas monótonas o no de nuestros días, rumorea en la sangre cierta emoción común, que es algo así como un inmodesto sentimiento de estar modificando el curso de nuestra propia Historia, hay sin embargo en este retorno a lo cotidiano, un impacto con esa realidad humilde, y en ocasiones aislada, sobre la que simpatizantes y afiliados nos empeñamos en dibujarle las alas a este joven proyecto.Regresa el tiempo, que nunca cesó, de aflojar la mosca a fondo perdido para imprimir folletos; de arrinconarse en los bares diseñando acciones para las que nunca sobra tiempo, ni gente, ni mucho menos dinero; de robarle, en definitiva, los momentos de paz o de descanso a una jornada, en la que cada cual ya llega con lo suyo a cuestas. Son las horas en las que se buscan más manos y más voces hasta debajo de las piedras, y en las que conspiramos contra un silencio que ya viene durando demasiadas décadas.Miramos, según el sitio, de reojo, porque no son nuestras calles el espacio de libertad y seguridad que nos prometieron, y pegados hombro con hombro a un compañero que ayer no era más que un desconocido, cargamos contra rigurosos molinos de viento que amenazan con dejarnos amedrentados y enmudecidos para siempre. Y es que hay lugares en este país donde juntarse a charlar de democracia, de libertad o de España, se parece mucho a esa imagen cinematográfica de la Resistencia Francesa, en la que las reuniones clandestinas transcurrían en la media luz de un sótano desnudo, sólo que nuestras únicas armas son la idea y la palabra. Suena misterioso y bohemio, y es en realidad tétrico, anacrónico y vergonzante. Tanto, que algunos en lugar de vociferar a favor del derecho de autodeterminación de los “pueblos”, deberían ocuparse de proteger el derecho a pensar y a vivir de las personas.Y hay también momentos de flaqueza, en los que pensamos que no hay nada que hacer, que ya no se puede. Que entre la ley electoral, la venalidad de los grandes partidos y la ceguera emocional de una ciudadanía obstinada en seguir ejerciendo de muchedumbre, las cosas van a seguir siendo siempre más de lo mismo. Son esos instantes en que uno tiraría de buena gana los trípticos a la papelera, y se marcharía a casa, según la edad, a jugar a la Wii, a empoyar derecho administrativo, o a buscarse una novia tardía en un “chat” para mayores de 40.Pero siempre hay alguien que entra exhibiendo una encuesta, o celebrando entre sonrisas de satisfacción la “penúltima” de Rosa en el Parlamento. O aparecen por la puerta un par de nuevos simpatizantes con cara de “empanaos”, que nos recuerdan a nosotros mismos el día en que dijimos por primera vez aquello de “¡Coño! ¿Porqué no? ¿Qué se va a perder por echar un vistazo?”. Y entonces nos damos cuenta de que ya no hay remedio, porque ya no sabríamos sentarnos tranquilamente en un sofá a escuchar las noticias, sin apretar los puños y sentir ese deseo incontrolable de ayudar a que las cosas cambien, en lugar de consentir que sean ellas las que acaben por cambiarnos definitivamente a nosotros.De modo que volvemos a montar guardia en el pleno de nuestro ayuntamiento, a recorrer centros culturales y bibliotecas reponiendo la información que otros nos desalojan de las corcheras, o a ser esos tipos tímidos y educados que paran a la gente en la calle con una sonrisa, para invitarles sencillamente a conocer nuestro proyecto. Porque eso somos, y no es poco. Tipos sencillos y pacíficos que recorren la ciudad esparciendo sus ideas, sabedores de que “el que grita no puede dar ejemplo”. Y hasta en esto nos sentimos sustancialmente distintos de quienes tratan de imponerse por la fuerza en nuestras calles, o de quienes nunca han parado de vocear sus consignas envenenadas por el odio.Yo se que llegará la hora de resarcirnos por todo este esfuerzo, y de volver a estrecharnos en un abrazo con aquellos a los que tan unidos nos sentimos en la distancia. Porque ahora que conocemos el sabor de la esperanza, no vamos a consentir que se nos escape este sueño de entre los dientes, aunque nos cueste un examen, una novia, o vaya usted a saber si el divorcio.

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