El llamamiento realizado el sábado en favor del catalanismo imperial, autorizado e impulsado evidentemente por la directiva del Barça, ha desatado la ira en la comunidad valenciana, cuyas autoridades protestan por lo que consideran una agresión, calificando la actitud de "catalanismo fascista", y cuyos ciudadanos contemplan atónitos cómo un equipo de fútbol opera, impune e irresponsablemente, como punta de lanza del catalanismo excluyente y dominante, que contamina el deporte y que sigue participando en un campeonato español de liga, que debería abandonar si fuera consecuente con sus ideas.
Si fuera sólo eso, tal vez podría encontrarse una explicación en las tendencias y en la juventud apasionada de su cúpula directiva, pero hay mas: detrás del gesto del “Barça” se esconden marrullerías políticas como el querer desviar la atención de unos aficionados que están indignados ante las recientes mentiras públicas del presidente Laporta sobre su cuñado Echevarría. Detrás de la ofensiva politizada del equipo está también un Barcelona apoyado ostentosamente por el estamento arbitral español, que le regala una y otra vez penaltis y puntos, un equipo que quiere demostrar cada día que es más que cualquier otro de los equipos españoles, que no cierra su estadio cuando la justicia deportiva le condena a cerrarlo, que recurre a la justicia ordinaria cuando a los demás no se les permite hacerlo, cuyo poder ostentoso sólo puede ser el fruto de un pacto inconfesable y secreto de complicidad, sellado con la Federación Española que preside Villar.
Pero ningún capítulo es tan lamentable e hiriente para la democracia española como el caso de la “nacionalización express” del joven jugador argentino Leo Messi, que obtuvo esa nacionalidad española que el Barça tan poco valora en sólo unos meses, cuando el resto de los clubes y jugadores del país necesitan un par de años para alcanzarla.
Mas culpables que el mismo club son las autoridades que permiten al Barcelona gozar de ese tipo de privilegios, burlando así el mandato de una Constitución española que nos declara a todos iguales ante la ley, algo que el equipo puntero del nacionalismo catalán se esfuerza en demostrar que es falso, con la ayuda de dirigentes y funcionarios poco dignos.
Por fortuna, los aficionados blaugranas pitaron y abuchearon a su presidente en la noche del sábado, en el encuentro frente al Osasuna, pero, como suele ocurrir, la victoria restó peso a la protesta.
Claro que después a la hora de hablar del verdadero catalanismo, "don parné", son capaces de impedir que la televisión oficial de la catalanidad ofrezca un partido del abanderado F.C. Barcelona y si lo haga Tele 5, una televisión nacional
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